Igual de estadounidense como el pastel de
manzana
La tortura como norma
Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair
Counter Punch
La tortura ha vuelto a
las noticias, por cortesía de las morbosas fotos de jubilosos
estadounidenses riéndose mientras torturan a sus cautivos iraquíes
en una prisión operada por los militares de EE.UU. en las afueras de
Bagdad. Evidentemente necesitan electrodos y cuerpos desnudos apilados
en una orgía simulada para hacerle cosquillas a las puntas de los
nervios morales de EE.UU. Ya no bastan los niños mutilados por las
bombas de racimo. Pero la tortura no es nada nuevo. Una de las
constantes más tenebrosas de la historia imperial de EE.UU. en la
posguerra ha sido la actividad de la CIA en la tortura, como
instructora, utilizadora y mandante. Desde su comienzo, la CIA ha
tomado un entusiasta interés en la tortura, estudiando ávidamente
las técnicas nazis y protegiendo a sus exponentes como Klaus Barbie.
La línea oficial de la CIA es que la tortura está mal y que es
inefectiva. Por cierto está mal. En innumerables ocasiones ha sido
terriblemente efectiva.
¿Recuerdan a Dan Mitrione, secuestrado y matado por los Tupamaros en
Uruguay e interpretado por Yves Montand en la película de
Costa.Gavras "Estado de Sitio"? A fines de los años 60,
Mitrione trabajó para la Oficina de Seguridad Pública de EE.UU.,
parte de la Agencia de Desarrollo Internacional. En Brasil, como A.J.
Langguth (antiguo jefe del buró del New York Times en Saigón)
relató en su libro "Hidden Terrors", Mitrione fue uno de
los consejeros estadounidenses que enseñaron a la policía brasileña
cuánto choque eléctrico podía aplicar a los prisioneros sin
matarlos. En Uruguay, según el ex jefe de la inteligencia policial,
Mitrione ayudo a "profesionalizar" la tortura como una
medida rutinaria y aconsejó respecto a técnicas psicológicas como
la utilización de cintas magnéticas en las que mujeres y niños
gritan que la familia del prisionero está siendo torturada.
En los meses después de los ataques del 11-S de 2001 contra el World
Trade Center y el Pentágono, las "drogas de la verdad"
fueron aplaudidas por algunos columnistas como Jonathan Alter de Newsweek
para ser utilizadas en la guerra contra Al Qaeda. Fue un entusiasmo
compartido por la Armada de EE.UU. después de la guerra contra
Hitler, cuando sus agentes de inteligencia siguieron la pista de la
investigación del Dr. Kurt Plotner en el área de los "sueros de
la verdad" en Dachau. Plotner dio a prisioneros judíos y rusos
altas dosis de mescalina y observó luego su conducta, en la que estos
expresaron odio hacia sus guardias e hicieron declaraciones con
revelaciones íntimas sobre su propia estructura psicológica.
Como parte de su proyecto MK-ULTRA, de mayor envergadura, la CIA
financió al Dr. Ewen Cameron, en la McGill University. Cameron fue un
pionero de las técnicas de privación sensorial. Cameron encerró una
vez a una mujer en una pequeña caja blanca durante treinta y cinco días,
privada de luz, olor y sonido. Los doctores de la CIA se sorprendieron
ante esta dosis, sabiendo que sus propios experimentos con un tanque
de privación sensorial, en 1955, habían provocado severas reacciones
psicológicas en menos de cuarenta horas. Comienza con la tortura y
nadie sabe donde te detendrás.
La tortura destruye al torturado y corrompe a la sociedad que la
sanciona. Igual como el FBI después del 11-S, la CIA se frustró en
1968 por su incapacidad de quebrantar a los presuntos dirigentes del
Frente de Liberación de Vietnam con sus métodos usuales de
interrogatorio y tortura. Por ello, la agencia comenzó con
experimentos más avanzados, en uno de los cuales anestesió a tres
prisioneros, abrió sus cráneos y colocó electrodos en sus cerebros.
Fueron reanimados, colocados en una habitación y les entregaron
cuchillos. Los psicólogos de la CIA pasaron entonces a activar los
electrodos, esperando que los prisioneros se atacarían los unos a los
otros. No lo hicieron. Sacaron los electrodos, asesinaron a los
prisioneros e incineraron sus cuerpos. Pueden leerlo en nuestro libro
"Whiteout".
En los últimos años, EE.UU. ha sido acusado por Naciones Unidas y
también por organizaciones de derechos humanos como Human Rights
Watch y Amnistía Internacional de tolerar la tortura en prisiones de
EE.UU., con métodos que van desde la reclusión solitaria, al
confinamiento durante veintitrés horas al día en cajas de hormigón
durante muchos años, a la activación de choques de 50.000 voltios a
través de un cinturón obligatorio portado por los prisioneros.
Muchos de los guardias de la policía militar que ahora están siendo
investigados por el abuso de iraquíes fueron ascendidos cuando
trabajaban como guardias en prisiones federales y estatales, en las
que el abuso oficial es de ocurrencia diaria. Por cierto, Charles
Granier, uno de los abusones de Abu Ghraib y amante de Linndie England
la Torturadora del Parque de Tráileres, trabajó como guardia en la
tristemente célebre Unidad Correccional Greene de Carolina del Sur y
ya retornó a su trabajo en esa prisión.
Y como un asunto práctico, la tortura está lejos de ser desconocida
en las salas de interrogatorio del mantenimiento del orden de EE.UU.,
como al sodomizar un policía a Abner Louima con un palo, un notorio
ejemplo reciente. La más infame revelación de tortura permanente por
un departamento de policía en los últimos años se refirió a policías
en Chicago que, desde mediados de los años 70 hasta principios de los
80, utilizaron electrochoques, privación de oxígeno, la suspensión
de ganchos, bastinado y palizas en los testículos. Los torturadores
eran blancos y sus víctimas negras o morenas. Un prisionero en la
Prisión Pelican Bay de California fue lanzado al agua hirviendo.
Otros reciben choques de 50.000 voltios de armas de atonte.
Muchos estados tienen así llamadas "unidades de residencia
segura" en las que los prisioneros son mantenidos durante años
en reclusión solitaria en pequeñas celdas de hormigón; muchos de
ellos llevados a la locura. Amnistía Internacional denunció a las
fuerzas de policía de EE.UU. por "un modelo de fuerza excesiva
descontrolada que equivale a tortura".
En 2000, la ONU formuló una severa reprimenda a Estados Unidos por su
actitud respecto a su obligación de impedir la tortura y los castigos
degradantes. Un panel de 10 expertos subrayó lo que consideró como
violaciones de Washington del acuerdo ratificado por Estados Unidos en
1994. El Comité de la ONU Contra la Tortura, que controla el
cumplimiento internacional de la Convención Contra la Tortura de la
ONU, llamó a abolir los cinturones de electrochoque (1.000 en uso en
EE.UU.) y de sillas de restricción para prisioneros, así como a que
se termine con la reclusión de niños en cárceles para adultos.
También dijo que reclusas son "mantenidas muy a menudo en
circunstancias humillantes y degradantes" y expresó su
preocupación por presuntos casos de asalto sexual por funcionarios
policiales y carcelarios. El panel criticó el régimen excesivamente
duro en las prisiones de máxima seguridad, el uso de cadenas de
presos en las que los presos realizan trabajo manual mientras están
encadenados los unos a los otros, y la cantidad de casos de brutalidad
policial contra minorías raciales.
En cuanto a las violaciones, porque el sistema carcelario de EE.UU. es
considerado una verdadera fábrica de violaciones, se calcula que son
violados dos veces más hombres que mujeres en EE.UU. Un informe de
Human Rights Watch de abril de 2001, citó un estudio de diciembre de
2000 del Prison Journal que se basa en un estudio de reclusos
en siete instalaciones carcelarias en cuatro estados. Los resultados
mostraron que un 21 por ciento de los reclusos habían vivido por lo
menos un episodio de contacto sexual bajo presión o forzado desde su
encarcelamiento, y que por lo menos un 7 por ciento había sido
violado en esos recintos.
Un estudio de 1996 del sistema de prisiones de Nebraska produjo
resultados similares: un 22 por ciento de los reclusos varones
informaron que habían sido presionados u obligados a tener contacto
sexual contra su voluntad mientras estaban encarcelados. De ellos, más
de un 50 por ciento habían sido sometidos a sexo anal forzado por lo
menos en una ocasión. Una extrapolación de estos resultados al nivel
nacional da un total de por lo menos 140.000 reclusos que han sido
violados.
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